By L. Alberto Islas

Correo: luisislas@politicaladvisorsapc.com


En diciembre de 2019 se detectó, en la ciudad de Wuhan, China; un nuevo virus identificado como SARS-CoV-2, causante de la enfermedad COVID – 19; en ese entonces nadie sospechaba de los alcances globales de la enfermedad y de las consecuencias económicas y sociales que vendrían con ella. El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) caracterizó a la enfermedad como una pandemia. Al momento de escribir estas palabras (12 de mayo de 2020) se han registrado más de 4.3 millones de casos en todo el mundo y más de 294 mil muertes por la enfermedad. En México, el primer caso fue reportado el 28 de febrero y actualmente se han reportado 38, 324 contagios y 3, 926  defunciones.

La enfermedad es altamente contagiosa y se trasmite de persona a persona principalmente a través de diminutas gotas de saliva que se producen al hablar, toser o estornudar; es por eso que, desde la declaración de emergencia internacional sobre la enfermedad, el discurso de los gobiernos mundiales ha sido uno: la promoción del confinamiento domiciliario como media de contención del COVID – 19. El distanciamiento social se convirtió en el método para combatir de manera más efectiva al nuevo virus. Se estima que más de una quinta parte de la población mundial se encuentra en confinamiento domiciliario debido a la enfermedad (Geller y Hinnant, 2020). Los efectos económicos que traerá consigo la epidemia son enormes; por ejemplo, durante el mes de abril se perdieron más de 20 millones de empleos en Estados Unidos, el peor escenario desde la Gran Depresión.

La CEPAL identificó cuatro efectos de corto plazo que traerá consigo la pandemia: 1) Mayor desempleo y precarización laboral, 2) menores salarios e ingresos, 3) aumento de la pobreza y la pobreza extrema y 4) mayores costos, fragmentación y desigualdad en el acceso a los servicio de salud (CEPAL, 2020). En esta ocasión es de nuestro particular interés la evolución que podría tener la tasa de pobreza extrema en México después de la pandemia. La última estimación del CONEVAL (2018) identifica que el 7.4% de la población total (equivalente a 9.3 millones de personas) viven en condiciones de pobreza extrema, es decir, que no tienen los recursos monetarios necesarios para la adquisición de la canasta alimentaria básica[1].

CONEVAL (2018) identifica que el 7.4% de la población total (equivalente a 9.3 millones de personas) viven en condiciones de pobreza extrema.

Algunos pronósticos estiman que el PIB mexicano se contraerá entre 2% y 6% (CEPAL, 2020), esto nos deja frente a dos escenarios posibles, ambos negativos pero que se diferencian por la severidad de sus consecuencias. En un documento del CONEVAL (2020) el Consejo estima dos escenarios: el “optimista” y el pesimista; en el primero de estima que la población con ingresos inferiores a la línea de pobreza extrema por ingresos incrementaría en 4.9% (equivalente a 6.1 millones de personas), mientras que en el escenario pesimista la pobreza extrema aumentaría en 8.5% (10.7 millones de personas). Cualquiera de los dos escenarios representa un enorme golpe al combate a la pobreza en México, incluso en el escenario optimista el incremento esperado en la tasa de pobreza extrema representaría un retroceso de más de diez años en el combate a la pobreza extrema. La tasa de pobreza extrema estimada en 2008 fue del 11%, de cumplirse el escenario optimista la estimación incrementará a 12.3%, la cifra más alta desde que el CONEVAL estima la pobreza de manera oficial en el país.

En otro lugar (Islas Ochoa, 2020) hemos argumentado la existencia de dos núcleos de pobreza en el país. Estos núcleos de pobreza se encuentran concentrados regional y sectorialmente. La heterogeneidad de la economía mexicana ha concentrado las actividades más productivas en el norte del país y relegando las actividades menos productivas en el sur del territorio. Esta diferencia repercute, evidentemente, en el nivel de ingreso de los hogares, impactando la tasa de pobreza. Un núcleo de pobreza es identificado en el ámbito rural, donde coexisten un sector primario moderno (ubicado principalmente en el norte del país) y uno atrasado (en el sur del país), el otro núcleo de pobreza se encuentra ubicado en el ámbito urbano y consta de personas que participan en el sector terciario, principalmente en actividades informales, cuya característica principal es el poco valor agregado añadido y, por ende, sus bajas remuneraciones. Estas dos poblaciones serán (y están siendo) las más afectadas por la actual pandemia.

En el espacio económico se vuelve más urgente que nunca la promoción del empleo formal, incrementar la productividad de los trabajadores e incrementar su ingreso laboral. En el espacio social se vuelve urgente garantizar el acceso a la alimentación y a los servicios de salud y educación a toda la población.


[1] “Las personas en esta situación (pobreza extrema) disponen de un ingreso tan bajo que, aun si lo dedicase por completo a la adquisición de alimentos, no podría adquirir los nutrientes necesarios para tener una vida sana” (Definición tomada del Glosario CONEVAL).


Bibliografía

CEPAL (2020) “El desafío social en tiempos del COVID – 19”.

CONEVAL (2020) “La política social en el contexto de la pandemia por el virus Sars-CoV-2 en México”. 

Geller, A. y Hinnant, L. (2020) “Mas de la quinta parte de la población mundial en casa por COVID – 19”.

Islas Ochoa, L. (2020) “Pobreza estructural y niveles de productividad. Un análisis regional; México: 2008 – 2018” (en desarrollo).


Acerca del autor: L. Alberto Islas es maestrante en Economía Social por la UAM – Iztapalapa; actualmente desarrollando la tesis: «Pobreza estructural y niveles de productividad. Un análisis regional; México: 2008 – 2018».