By Carlos Islas

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El pasado 3 de noviembre, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, perdió las elecciones presidenciales contra su contrincante demócrata Joe Biden. Trump obtuvo casi 75 millones de votos, lo que lo convierte en el candidato republicano más votado de la historia y el segundo candidato más votado en la historia de Estados Unidos; mientras que Joe Biden es el candidato más votado de la historia con más de 81 millones de votos. Pero más allá del voto popular, el Colegio Electoral se decantó por el demócrata con 306 votos electorales contra 232 votos del republicano. Se puede discutir mucho sobre las razones por las cuales ha perdido Trump (la mala gestión gubernamental frente a la pandemia del Covid-19 como razón primaria) pero lo cierto es que Joe Biden tomará protesta como el presidente número 46 el próximo 20 de enero.

Ahora bien, Donald Trump no llegó por accidente a la presidencia en 2016 tras vencer a Hillary Clinton y su derrota frente a Joe Biden en 2020 no implica que su legado vaya a desaparecer en Estados Unidos durante el futuro cercano; es decir, el líder del movimiento ha sido derrotado, pero el movimiento no. Trump, desde hace unos años, representa la América profunda, esa que es rechazada y botada por la globalización y las elites cosmopolitas. La gran mayoría de sus seguidores y fieles son las clases bajas y medias desposeídas, desempleadas y poco ilustradas. Por ello, la narrativa racista, xenófoba, anticientífica y políticamente incorrecta sobre la que se ha movido Trump a lo largo de su mandato sigue muy viva.

Se puede afirmar que Trump ha sido un shock temporal necesario para vislumbrar todas aquellas carencias democráticas, desigualdades económicas y problemas sociales que imperan en Estados Unidos. Ahora, amenaza con extender sus efectos un tiempo más. Aunque perdió las elecciones para poder tener un segundo mandato continuo, Trump puede optar por presentarse como candidato presidencial en 2024 ya que constitucionalmente es posible (los periodos no deben ser necesariamente consecutivos).

Por lo mientras, los próximos cuatro años del gobierno de Biden, los ideales más extremistas que representa Trump siguen vivos en la discusión pública. La polarización de la sociedad estadounidense es una realidad; la mezcla de odio, miedo, autoritarismo y desprecio por el conocimiento se proclama con orgullo y es el centro del discurso de una facción del Partido Republicano que representan millones de votantes. Por otro lado, las bases republicanas que votan en las primarias de partido y que aprobaban la gestión de Trump en el gobierno con un 95% siguen allá afuera enfadadas por las protestas de los deportistas afroamericanos contra el racismo, por las protestas contra la libre portación de armas, por el discurso científico sobre el cambio climático, por las feministas y por los inmigrantes.

Estas bases republicanas siguen siendo muy numerosas a lo largo del país. Su renacer ultraconservador, profundamente reaccionario, inspira a millones de estadounidenses a guiarse por la difamación y las noticias falsas, el racismo y la xenofobia, el discurso anticientífico y la segregación racial. El protagonismo que han alcanzado estas bases bajo la presidencia de Trump ha llegado al propio discurso del presidente cuando se negó a condenar públicamente al grupo de extrema derecha Proud Boys durante el primer debate presidencial en septiembre de este año. Pero no debe sorprender el hecho que Trump no lo haya hecho.

También, el trumpismo se ha apoderado casi por completo de un Partido Republicano que se rehúsa a dejar atrás la pesadilla autoritaria que Trump ha impuesto entre sus filas. Y no será fácil, ya que los republicanos honorables con largas trayectorias políticas que se han enfrentado al presidente han sido acorralados y expulsados por sus propios votantes. En pocas palaras, los republicanos han sido condenados a la obediencia, a la irrelevancia y a la complicidad por un líder dispuesto a todo para mantener el poder.

El marco de referencia autoritario que ha impuesto Trump en la democracia estadounidense se ha impregnado en millones de personas, provocando una polarización política y social nunca antes vista. Por ello, el reto para Joe Biden es de dimensiones titánicas. Atender la pandemia de Covid-19 con una nueva estrategia para la revitalización económica, sanar las heridas del racismo sistémico, la reducción de brechas socioeconómicas y educativas, aliviar los resentimientos que ha dejado la brecha urbana/rural, el diseño de una nueva política migratoria que permita a millones de inmigrantes obtener la ciudadanía, el restablecimiento de la democracia estadounidense a nivel mundial, etc. Son algunas de las tareas más importantes que la futura administración de Biden debe atender lo antes posibles para cambiar el curso de Estados Unidos en múltiples frentes.

Por último, la llegada de Biden a la presidencia siembra la calma en muchos sectores de la sociedad, pero la posible candidatura de Trump, con un capital político de más de 70 millones de votos, o de cualquiera de su clan familiar en 2024 asusta y pone a temblar nuevamente los guardarraíles de la democracia estadounidense. Por lo mientras, la prioridad número uno de Joe Biden es la reconciliación nacional tras el tortuoso camino que Trump hizo pasar a Estados Unidos a lo largo de cuatro años; sin embargo, Biden tendrá que ser muy habilidoso políticamente porque por más que quiera inaugurar una nueva etapa para Estados Unidos, el trumpismo sigue vivo y coleando.


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Acerca del autor: Carlos Islas es politólogo por la UAM-I y miembro de la Red de Norteamericanistas del CISAN de la UNAM.