Héctor Sánchez

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Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos de la historia aparecen, como si dijéramos, dos veces; pero se le olvidó agregar que la primera se presenta como una tragedia y la segunda como una farsa. Era con estas palabras que un joven Marx parafraseaba a su más grande maestro y daba inicio a El 18 Brumario de Luis Bonaparte, una de las obras más relevantes de su labor intelectual. Con esto, el filósofo materialista pretendía exponer que la historia humana presencia los mismos hechos y personajes históricos, aunque con diferentes actores, en más de una ocasión, manifestando al igual que el gran literato Mark Twain que la historia no se repite, pero sí rima.

Es justamente abordando la actualidad de estas frases que me permito dedicarle el significado de la historia a las secuelas y reacciones que ha dejado este particular año en curso: el catastrófico año 2020. Un año significativo que nos ha mostrado la capacidad de respuesta que el ser humano posee y que al mismo tiempo nos ha mostrado las carencias que como especie en comunidad tenemos. No es de extrañar que a principios del primer confinamiento hayamos sabido de desabastos de cosas tan importantes y valiosas como los medicamentos, alimentos enlatados o incluso del papel higiénico, porque…sí es vital tener un almacén repleto de papel higiénico ¿no? O quizá simplemente fue una paranoia en masa que encontró su única defensa en una herramienta que significa un uso rápido como forma de desprenderse de la suciedad humana y que transmite seguridad al instante, una seguridad que ha sido la más ausente de la realidad actual, pues basta con encender el televisor para ver cómo en un canal de noticias lo relevante sea la falta de equipo médico en hospitales, cambiar a otro canal y observar que lo más probable es que el sendero de la economía mexicana se agrave aún más, para rematar con el noticiero amarillista y presenciar las enormes pilas de muertos por el virus culpable de la pandemia. Sin duda, no es lo que esperábamos de este año al tomar la cena de año nuevo con la familia.

Es por todo lo anterior dicho, que no resulta descabellado el decir que la mayoría de nosotros, en una mañana al levantarnos o en una noche antes de marcharnos a dormir (después de saber que allá afuera hay un virus que ha asesinado a mucha gente y podría hacerlo con nosotros, y que debido a esto contemos con el fantasma de la crisis económica que podría desencadenar una depresión peor que la de 1929) nos hayamos dicho a nosotros mismos, al menos una vez, que somos demasiado desafortunados por el hecho de tener que padecer estos terribles sucesos; aunque también, hay un selecto grupo de personas con una peculiar cosmovisión de la realidad que ven en esto un momento sin igual, pues desde su lugar de confinamiento piensan que con el sólo hecho de haber salido de un año turbulento puede representar un salto cualitativo en sus vidas.

Así es, de algún modo u otro la mayoría de nosotros hemos llegado a la conclusión de que el 2020, para bien o para mal, representó un parteaguas en la historia y que por eso mismo terminará por estar plasmado en los anales de la misma como uno de los más extraordinarios y lamentables momentos que la humanidad tuvo que presenciar. Esto, hasta cierto punto, nos convertiría en individuos extraordinarios debido a que pudimos observar y sobrevivir a uno de los casi  escenarios apocalípticos predilectos. Sin embargo, para la infortuna o la tranquilidad de muchos, esto no es así, ¿por qué? Pues bien, esto tiene que ver con el hecho de que la historia funciona más bien como una dialéctica que forzosamente tiene que encontrar su metamorfosis después de una tormenta, cosa que la historia ya ha demostrado. La noche es más obscura antes del amanecer. Con esto, debemos observar y tener muy presente que la humanidad se ha enfrentado a pandemias desde la antigüedad, a guerras sangrientas en todo momento y a crisis sociales y políticas, sucesos catastróficos que incluso fueron de una mayor magnitud a lo que el 2020 quiere hacernos creer, pues después de todo esto la especie humana como civilización ha avanzado y transformado su entorno, siendo el capitalismo como modo de vida su más reciente y acabada creación.

El romanticismo de la tragedia

En cada momento que la humanidad ha pasado por diversos obstáculos que han entorpecido su rutina diaria y su mal llamada vida normal, los fantasmas de vivir tiempos históricos y la peor época del ser humano se hacen presentes con un poder inmenso que termina por inundar el imaginario social de las diferentes sociedades y sus distintas cosmovisiones. Es por eso que encontramos perspectivas diferentes a la hora de palpar la tan agrietada realidad, desde los comentarios apocalípticos presagiando el fin del mundo desde una visión religiosa hasta los comentarios basándose en teorías de conspiración que buscan explicar la realidad como un plan completamente trazado y definido por los dueños del mundo, sea lo que esto tan extraño pueda significar. Lo cierto es que al final del día pensamos que vivimos tiempos extraordinarios y por ende, nosotros mismos nos autodenominamos como individuos extraordinarios que estamos sobreviviendo, por ello tenemos la necesidad en determinados momentos por tener reconocimiento por parte de los demás.

Poner al ser humano en el centro del mundo y sus derivados ha sido el pasatiempo favorito de nuestra especie pensante, pues, ¿quién podría ocupar ese lugar después de que nos hemos encargado de la muerte de Dios? Lo último no lo digo yo, lo sentenció un filósofo alemán a finales del siglo XIX, al cual le gustaba filosofar sobre cosas un tanto incómodas y una de ellas trataba del humano emancipado de todos los valores atrasados, un ser humano que había vuelto a mirarse como el centro de la realidad, cosa que no está para nada mal, pero creo que como siempre, le hemos otorgado un valor que sobrepasa su utilidad; el ser humano es hasta hoy día, el ser vivo más complejo y acabado que el milagro de la evolución haya perfeccionado, pero no es más que el habitante más inteligente que habita en la querida y casi omnisciente Tierra. Dicho planeta es un lugar sui generis que logró existir sin nosotros por miles de millones de años y que lo hará por otros miles de millones de años de igual modo, y para ello se ha encontrado con la insensible necesidad de transformarse a sí misma para pulirse con ayuda del tiempo y de los azares del inmenso cosmos sin considerar a sus habitantes y su futuro, o eso es lo que nos dicen los muchos barriles de petróleo que alguna vez tuvieron forma de un ser vivo que se movía por toda la canica azul.

Entonces, ¿por qué seguimos teniendo la necedad de considerarnos como los más afectados y los más importantes en cada generación humana que ha pasado? La gran depresión económica que comenzó en 1929 parecía ser el colapso del capitalismo, sin embargo, lo que se tuvo después de muertes por hambruna y suicidios en masa fue un sistema capitalista aún más fuerte; las guerras mundiales del siglo XX parecían ser el conflicto decisivo de la humanidad y que podría terminar con la normalidad de la vida occidental, pero lo que le siguió fue una disputa entre dos superpotencias mundiales que en su afán de consagrarse como la mejor pudieron llevar al ser humano a la Luna, y por último, el comunismo amenazaba al mundo con cometer el crimen a la humanidad de eliminar a McDonald’s de la mesa y a la Coca-Cola del refrigerador de las familias occidentales, pero lo que se obtuvo fue la derrota del enemigo rojo y con ello a millones de rusos que disfrutan ahora de un Mc Desayuno en la Plaza Roja de Moscú. Cada generación ha enfrentado un “2020”, peor o igual, lo cual anula la premisa de que nuestro 2020 sea tan siquiera uno de los escenarios apocalípticos a tomar en consideración.

Lo que es cierto, es que este año sí puede funcionar como un parteaguas en la historia, tal y como los sucesos y grandes hechos anteriormente mencionados lo hicieron. Por ello, resulta útil considerar nuestro contexto como uno de los grandes años que el siglo XXI ha padecido, pues el siglo comenzó con un ataque terrorista a la superpotencia estadounidense que con su respuesta en oriente elevó más su poderío, además de tener una parada en 2008 con la crisis financiera que tuvo su remedio en sus mismas contradicciones. Con esto, no pretendo dictar sentencia exhaustiva y llamar a no temer y a minimizar las miles de muertes por el Covid-19 o por la violencia atípica que se han presenciado en éste turbulento año, sino que mi intención descansa sobre todo en llamar a dejar el sentido romántico que se le da a nuestro presente, en un sentido existencial, cada día es una amenaza real que enfrentamos por parte de la muerte; cada día es un potencial movimiento para perder la vida en un asalto en el colectivo, contraer algún tipo de enfermedad o dejar la inmediatez de la efímera vida por nuestra cuenta. Sin embargo, uno de los secretos para seguir con la mal llamada vida normal es observar en lo absurdo de la vida lo absurdo que sería tratar de hallarle algún sentido que trascienda los límites de la realidad: somos seres finitos, no somos ni superhéroes de Marvel o dioses de alguna mitología, somos humanos y somos el resultado de cada generación que no cedió a sus adversidades, somos los herederos de una especie humana que si bien, ha cometido muchos errores, ha sido la misma que ha sido capaz de levantar a sus muertos entre lágrimas y lamentos desgarradores y con ello, abrirse paso a lo que se acercaba de inmediato.

Albert Camus, un filósofo francés, mencionaba al recibir el premio Nobel de literatura en 1957 lo siguiente: cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.

Todos nos hemos sentido especiales y desafortunados al mismo tiempo al observar cada suceso que mes a mes, semana tras semana y a diario que se presenta con gran facilidad para demostrar la fragilidad de nuestro mundo, pero estamos en una burbuja que con cualquier pinchazo puede reventar y mostrarnos el verdadero aire de lo real, un aire que muchas veces parece ser extraño debido a nuestra forma extranjera que adoptamos en esa burbuja, un aire que sin embargo ha sido el mismo, y que estará hasta la eternidad de lo efímero.    


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Acerca del autor: Héctor Sáchez es estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública y Sociología.