By Miguel Arroyo

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Es posible que el Producto Interno Bruto (PIB) sea el indicador macroeconómico más conocido, más citado, y más estudiado en los ámbitos de la ciencia económica y de la política pública. El PIB es una herramienta de medición estadística que se aproxima a comprender la actividad económica de un país o región. Sin embargo, dicha comprensión, ha estado sujeta a críticas metodológicas, políticas y sociales, respecto a la forma incompleta en la que cuantifica las transacciones económicas.

A pesar de las críticas continuas, los elaboradores de cuentas nacionales aseguran que el PIB sigue siendo el indicador más completo que existe, y que su importancia se verifica con la correlación de los ciclos económicos.[1]  Para construir el PIB, se necesita de un proceso complejo de mediciones y muestreos que describen de manera general la actividad económica de un determinado lugar. El propósito final del PIB es brindar información eficaz, rápida y segura en el entorno de una sociedad con incertidumbre.

Pero, ¿Qué tan eficaz y segura es la información que retrata el PIB? Existen diversas posturas que responder a esta pregunta. Se pueden dividir en dos, y en medio un espectro de acuerdo a su nivel de crítica. Radicalmente, hay quienes aseguran que el PIB es una medición obsoleta de la actividad económica y que existen nuevos y mejores indicadores adaptados a un entorno multifactorial. Los defensores, señalan errores de medición que se pueden corregir, pero que abandonar su medición implica un retroceso metodológico, dado que, con todo y sus fallas, el PIB sigue siendo la mejor forma de medir la actividad económica.[2]

La medición del PIB segmenta importantes actividades económicas, que se excluyen por sesgos metodológicos. Primero, se intenta medir de la manera más estrecha posible, las actividades económicas.[3] Lo que deja fuera actividades como la economía informal, o la economía criminal, que no reportan directamente su participación en las cuentas oficiales nacionales.[4] Y segundo, tratar de medir monetariamente cualquier actividad económica, excluye a otras actividades que difícilmente pueden homologar su valor a un precio monetario.

La diferencia entre valor y precio monetario, es la crítica teórica y metodológica más fuerte en cuanto a la utilización del PIB como medida modelo de crecimiento económico y bienestar social.  Ya que si bien hay errores metodológicos que dejan fuera a la economía informal, o criminal, pueden  tomarse en cuanta mediante la reformulación en  su medición,  los sesgos que no pueden encontrar una homogeneización de tipo monetario, pueden representar el fin del PIB como indicador  de bienestar social. Un argumento que el economista Simon Kuznets (1901-1985) creador de la primera estimación del PIB, había señalado desde su creación.

El problema de la homogeneización monetaria se explica de la siguiente forma. Si tenemos un aumento en la producción de muebles de madera, se reporta en el PIB un aumento de capital, ya que su precio de mercado puede homologarse con las demás mercancías, y así obtener un nuevo nivel de actividad económica. Pero el problema radica en como cuantificar los costos de producción. Para la producción de muebles se necesita madera, obtenida generalmente de un bosque, y dado que se pretende satisfacer una nueva demanda (de ahí su aumento en la producción), se exige deforestar más bosques. De esta forma, los costos medibles de la producción incluyen salarios y capital (ambos con precios monetarios de mercado), pero se excluye el costo ambiental y social de seguir deforestando un bosque. Por lo que otorgar un precio monetario al costo ambiental y social, representaría crecientes pérdidas para quien cubre ese crecimiento de la demanda de muebles.

Sin tratar de tomar partida ideológica, los argumentos en contra del PIB parecen ser más razonables que los argumentos a favor.  La estrechez de la medición monetaria indica una medición miope de la actividad económica, y de su interpretación sobre lo que calificamos como riqueza. Si los defensores de este indicador pudieran esclarecer la respuesta a las siguientes preguntas, podría decirse que existe futuro para seguir midiendo el PIB. ¿Medir el PIB y los buenos ojos con que se mira el crecimiento, implica una mejora en el nivel de vida de la sociedad? ¿Qué tanto se contempla a las futuras generaciones? Y ¿Podemos (y conviene) crecer infinitamente?

Actualmente vivimos un flujo de cambios constantes en la forma que interpretamos nuestra sociedad, y con ella los indicadores que intentan mostrar la realidad. La idea de medir  una economía mediante el PIB surge en el Departamento de Comercio de Estados Unidos, en la década de los treinta, como una medida de cálculo con la que pretendían evaluar la recuperación económica tras la Gran Depresión. Quizá es tiempo de contemplar que la crisis que hoy se vive tendrá que replantear lo que nosotros entendemos como actividad económica y lo que realmente aporta un beneficio a la sociedad contemplando el futuro de una humanidad creciente con recursos muy limitados.


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[1] Heath, J. (2012) Lo que indican los indicadores, INEGI, México. pág 62

[2] Coyle, D. (2017) El producto interno bruto, FCE. Pag 192.

[3] Redclift, M. (1987). Sustainble Development: Exploring contradictions, pag 15

[4] Heath, J. op.cit. (2012), pag. 67


Acerca del autor: Miguel Arroyo es maestro en Economía por la UNAM. Actualmente desarrolla proyectos de asesoría en política macroeconomica y regulación ferroviaria. Sus líneas de investigación son la economía pública y el desarrollo económico.