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El enfoque de la distribución del ingreso personal se diferencia del funcional en medida en que los individuos cuentan con salarios diferentes en función de un conjunto de elementos. Estos “elementos” son identificados por Lydall (1979 p. 261) y argumenta que: “La distribución del ingreso de las personas se ve afectada por las siguientes influencias: las características personales al nacer, la familia y el ambiente social, la calidad de la educación, las elecciones sobre el tipo de educación y el tiempo invertido en ella, las características del empleo, las oportunidades de promoción en el empleo, la experiencia y la estructura de la demanda de trabajo”.
Hay dos enfoques para abordar la distribución del ingreso personal: la teoría de la habilidad, que sugiere que la distribución del ingreso de las personas deviene de las diferencias en las habilidades de los trabajadores y que estas, a su vez, provienen de las diferencias en las características físicas, intelectuales y personales así como la “inteligencia promedio” (Atkinson, 1975; Tinbergen, 1956); y la teoría de las cualidades aleatorias, la cual argumenta que las diferencias en la distribución del ingreso personal están sujetas a eventos aleatorios como la edad, el sexo, la ocupación y la suerte (Shorrocks, 1976).
A estos dos enfoques teóricos se les une el del capital humano (con Becker y Mincer como sus dos más grandes exponentes[1]), la cual expone la relación del tiempo invertido la educación y los beneficios recibidos por esta decisión; esta teoría sugiere que la distribución del ingreso personal se determina por las características de la fuerza de trabajo, al dividirse en “mano de obra calificada o no calificada” el pago que se recibirá será diferenciado en función de ello (Pérez, 2018 p.124).
La unión del enfoque del capital humano y el del mercado de trabajo da como resultado un enfoque híbrido que nos permite estudiar estos cambios en la distribución del ingreso personal y relacionarlos con los incrementos en la productividad y con los cambios tecnológicos; de esta manera la distribución del ingreso de las personas depende de la estructura productiva, económica y social.
Hasta ahora hemos hablado de las personas como miembros desagregados de una construcción más amplia: el hogar. Según Lydall (1979), el hogar es una unidad económica en la cual, los individuos que la componen, comparten la totalidad o parte del ingreso. El interés de estudiar al hogar como una entidad económica que percibe ingresos radica en la capacidad de poder estudiar a los miembros del hogar (incluyendo a los que no perciben ingresos) y las fuentes de ingreso del mismo hogar. “La cuantía del ingreso de los hogares puede ser un indicador del bienestar de los individuos, en la medida en que expresa la capacidad de adquirir bienes y servicios en el mercado y/o recibirlos en especie o autoproducirlos” (Hernández Laos y Roa, 2003 p. 56).
Lydall (1979) nota que el ingreso de los hogares depende del tamaño y composición del mismo y, evidentemente, de las fuentes de origen del ingreso de cada uno de sus integrantes y que, al mismo tiempo, la composición de los hogares depende de las características económicas de la sociedad donde se encuentren.
En Hernández Laos y Roa (2003) los autores identifican que la distribución del ingreso de los hogares está influenciada por un “trialismo”, en el cual coexisten tres sectores: sector moderno, sector tradicional y uno de enclave. Este trialismo se puede explicar por los vínculos generados entre los sectores de enclave y el resto de la economía, lo que resulta en el incremento de la desigualdad regional y nacional, trayendo consigo el escenario de la polarización regional (Pérez, 2018).
De esta manera, la distribución del ingreso de los hogares se puede explicar por vínculos intersectoriales, intrasectoriales, interregionales e intrarregionales y dicha determinación de la distribución del ingreso define el volumen de pobreza en un momento dado (Pérez, 2018). Por lo tanto, argumentamos que las tasas de pobreza están en función de la distribución del ingreso y que la estructura productiva en su conjunto determina las condiciones de pobreza en una sociedad.
[1] El enfoque de Mincer (1985) sostiene que la desigualdad en los ingresos se debe a que ciertas ocupaciones requieren de más conocimiento y habilidades para llevarlas a cabo que otras. Becker (1967), por su lado, argumenta que la diferencia se basa en la decisión de realizar una inversión óptima en educación para la formación de habilidades.
Bibliografía.
Atkinson, A., (1975) “On the Measurement of Poverty” en Econometrica Vol. 55, Núm 4 jul 1987, pp. 749 – 764.
Becker, G., (1967) Human capital and the personal distribution of income: An analytical approach. Institute of Public Administration.
Hernández Laos, E. y Roa, J., (2003) Globalización, desigualdad y pobreza. Lecciones de la experiencia mexicana. UAM – Plaza y Valdés, México.
Lydall, H., (1979) A theory of income distributions. Oxford UNiversity Press.
Mincer, J., (1985) Intercountry comparisons of Labor Force trends and related developments: An Overview. Journal of Labor Economics, Vol. 3.
Pérez Méndez, M., (2018) Crecimiento, distribución y pobreza en Mexico: Un enfoque regional, 2002 – 2014. Tesis doctoral. Mexico, Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa.
Shorrocks, A., (1976) The mathematical and statistical theory of income distribution. Pp. 72 – 97.
Tinbergen, J., (1956) On the theory of income distribution. Weltwirtschaftliches archiv, pp. 155 – 175.
Acerca del autor: L. Alberto Islas es maestrante en Economía Social por la UAM – Iztapalapa; actualmente desarrollando la tesis: «Pobreza estructural y niveles de productividad. Un análisis regional; México: 2008 – 2018».
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