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Nadie puede ser feliz sin participar en la felicidad pública, nadie puede ser libre sin la experiencia de la libertad pública, y nadie, finalmente, puede ser feliz o libre sin implicarse y formar parte del poder político
Hanna Arendt
En la mayor parte del siglo pasado, México vivió bajo un sistema en el que un sólo partido gobernaba todo el país, a su vez, este se encontraba subordinado al titular del poder ejecutivo, quien era el líder supremo o máximo. Este sistema fue denominado presidencialista de partido hegemónico.
Para pasar de ese México en el que prácticamente sólo existía un partido, al de ahora en el que en las elecciones pasadas oficialmente hubo diez, se tuvo que transitar por un proceso de apertura en el que hubo una serie de reformas político-electorales (comenzando con la de 1977) que vendrían a darle dinamismo al juego político, y con ello, la incorporación de distintos actores a la política.
De acuerdo con la teoría del filósofo alemán Karl Lowenstein (1986), los sistemas en los que no hay apertura política a la pluralidad son denominados autocráticos y se caracterizan por la existencia de un solo detentador del poder -sea colectivo o individual-, en el que las decisiones son autoritarias y principalmente centralizadas.
Un régimen democrático necesita de pluralidad política, en un sistema de partidos, como el caso mexicano, esa pluralidad se expresa a través de los partidos, quienes se vuelven los portadores de las distintas voces e intereses que integran a la nación. Desde el punto de vista de Angelo Panebianco (1995), los partidos son instrumentos de participación, portadores de los intereses de la sociedad, que representan la pluralidad política, y además, son organizaciones que se forman voluntariamente por personas que comparten un mismo fin.
Para la filósofa Hanna Arent (2016), el factor democrático por excelencia es la pluralidad y de esa forma se evitan los totalitarismos que reducen a los individuos a una “igualdad monstruosa”. La pluralidad cumple la función de igualdad y de distinción, normativamente somos iguales y como seres humanos, y distintos en nuestra forma de pensar y de vivir.
En las elecciones pasadas los partidos políticos de creación nueva tuvieron la oportunidad de consolidar esta pluralidad al integrar las voces que no han sido escuchadas y abrirles espacios en la toma de decisiones. La pérdida de credibilidad y de legitimidad de los partidos y políticos tradicionales, crea oportunidades para el surgimiento e integración de nuevos actores que mejoren el sistema de representación (como la integración más actual de las candidaturas independientes).
Sin embargo, los partidos políticos nuevos, Fuerza por México, Encuentro Solidario y Redes Sociales Progresistas, representaron más de lo mismo. No lograron el umbral de votos requerido constitucionalmente para mantener su registro, ello reflejo de la falta de una propuesta seria y creíble. Los vínculos de estos partidos con sindicatos, grupos evangélicos y personajes controvertidos, que algunos han ido de un partido a otro, los alejó de la preferencia electoral.
Por ello, son necesarios partidos políticos que verdaderamente pretendan influir de manera positiva en la realidad y no sean meros cazadores de cargos públicos, que cambian sus objetivos e ideales con tal de captar más votos. Los partidos deben representar la pluralidad social y cultural del país, y el político moderno debe reunir una serie de atributos que lo hagan un buen representante: debe ser apasionado por el servicio y bien público, responsable con su actuar y hacia sus representados, éticos y humanos, que dejen ciertas pretensiones y vanidades, y que se interesen por una economía justa e incluyente que vele por procesos sustentables que aseguren un buen país para las generaciones futuras.
En su momento, la hegemonía de un sólo partido en el poder funcionó para lograr cierta estabilidad e institucionalización que debido a las constantes disputas violentas por el poder en el siglo XIX no se había podido lograr. Ese papel que cumplió en el siglo pasado quizás evitó que en nuestra nación se diera una dictadura militar como al resto de países latinoamericanos le venía pasando; sin embargo, ese sistema ya caducó, se volvió ilegitimo y una inmensa carga para el país y la sociedad. En pleno siglo XXI algo así es impensable, lo que hoy se tiene que hacer es abrir paso a un sistema que represente a cabalidad la pluralidad social y cultural de nuestra nación, y en el que los partidos políticos sean verdaderos instrumentos para lograrlo.
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Referencias:
Arent, H. (2016). La condición humana. Barcelona, España: Paidós
Loweisntein, K. (1986). Teoría de la constitución. Barcelona, España: Editorial Ariel SA.
Panebianco, A. (1995). Modelos de partido. Madrid, España: Editorial Alianza.
Woldenberg, J. (2012). Historia mínima de la transición democrática en México. CDMX, México: COLMEX.
Acerca del autor: Carlos Castillo es estudiante de Ciencia Política y Administración Urbana por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
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