By Eder Luna

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A veces es bueno hacer retrospectiva en cada aspecto de nuestra vida, esto, en la mayoría de las ocasiones, no se pone en práctica por la rutina y ajetreo de la misma. Vivimos así, sin analizarnos, hasta que llega un acontecimiento que nos marca y cambia nuestra forma de vida y como la vemos.

Con la aparición del virus SARS-CoV-2 a finales del 2019 en la ciudad de Wuhan, China y con la propagación del mismo por todo Asia y Europa, lejos se veía la llegada o aparición del virus en México y cómo este cambiaría nuestras vidas y nuestra manera de interactuar como sociedad; fue a principios de 2020 a finales de febrero, que se dieron los primeros casos en México; todos nos mantuvimos a la expectativa escuchando y viendo en los medios de comunicación como avanzaban los casos de contagios, con el pasar de los días, se veía lejana aquella opción de quedarse resguardados en cuarentena en los espacios que habitamos y por tiempos tan prolongados.

Lo inevitable sucedió, los contagios fueron en aumento y aislarse parecía ser la alternativa más eficaz para combatir el virus. Al inicio las autoridades de salud decretaron una cuarentena que iniciaría a finales de marzo y estaba contemplada que terminara a finales de abril, tiempo que parecía justo para contener el virus y evitar más contagios. El mes de abril terminó y la cuarentena se vio obligada a prolongarse por varios meses más, estando por cumplir casi el año.

Con esta situación que provocó la cuarentena, muchas de las personas allegadas a mi círculo de amistades y conocidos se dieron cuenta de algo: “el espacio que habitan algunos, no cumple con sus necesidades o dista mucho de ser un espacio confortable para habitar”.

Los espacios que habitamos no parecen malos si estamos en ellos por tiempos reducidos, como hasta hace unos meses atrás se hacía, actividades tan cotidianas como: desayunar, llegar de trabajar, pasar tiempo de ocio, dormir y en fines de semana, salir fuera de la ciudad o algún sitio de interés público estando fuera de la misma por largo rato; a diferencia de esa anterior rutina, ahora que se está en ella por tiempos más prolongados del que estamos acostumbrados, empezamos a darnos cuenta que existen ciertas falencias en elementos de confort, espacios para esparcimiento, trabajo, estudio y en algunos casos hasta de higiene básica; muchos de mis conocidos con los que entablo platica me han externado que al realizar sus actividades domésticas de limpieza, ordenar sus pertenencias, pasar tiempo de calidad con sus seres queridos y en algunos casos hasta realizar el mantenimiento del mismo, observan que sus lugares de residencia no cumplen lo que ellos necesitan.

Hago reflexión de lo siguiente: así cómo al inicio del texto menciono que llega un momento donde hacemos análisis de nuestra vida y como la llevamos a cabo; también es necesario prestar atención al lugar que habitamos y en el cual pasamos ahora, muchas más horas de nuestra vida.

Puede ser, que, por mi profesión de arquitecto, se acercaran a mí a externar sus problemáticas como las siguientes: “no tengo suficiente iluminación en mi recamara para leer”, “mi cocina encierra mucho calor y aromas”, “se me dificulta tener un espacio para hacer ejercicio”, “no tengo lugar para tender mi ropa”; por citar algunos ejemplos, así mismo me pedían asesoría de cómo resolverlo.

En la formación como arquitecto, una de las bases sobre las que se asienta la carrera es la creación de espacios adecuados que se ajusten al entorno, contexto, normativas aplicables a la zona y sobre todo al usuario que lo va habitar, siendo este último el eje medular de cualquier tipo de edificación que se pretenda construir, para lograr dicho cometido desde los primeros pasos en la carrera se nos enseña la escala, proporción, aprovechamiento de los recursos, clima de la zona y confort en relación al usuario; esto con ayuda de reglamentos, fuentes bibliográficas, estudios realizados, donde se explican las condicionantes necesarias de las edificaciones, dimensiones mínimas, máximas, clima, materiales aptos y ergonomía en el mobiliario.

Con los estudios antes mencionados que se hacen durante la formación de la carrera. Yo me planteo las siguientes preguntas:

¿De verdad la calidad del espacio que habitamos en estos tiempos cumple con las condiciones necesarias mínimas de confort, diseño y de reglamentación aplicable a la construcción?

¿En qué momento nuestra profesión se aleja o desvirtúa del usuario y de las condiciones de vivienda digna?

Puedo tratar de responder a estas dos preguntas de la siguiente manera: primero, hasta que las empresas inmobiliarias vean al usuario como una problemática social que requiere ser atendida con espacios dignos donde habitar, convivir y crecer, y no sólo como un ingreso netamente monetario, se podrá mejorar en muchos aspectos, ya que sí se genera un buen producto de vivienda, se volverá redituable y atractivo, generando más clientes y por ende más recursos para las empresas y no nada más como hasta ahora se hace, donde por ahorrar recursos económicos, se dan malos inmuebles, equipamientos, edificios y conjuntos, teniendo consecuencias terribles, vivo ejemplo es lo que sucedió en el terremoto de 2017 donde edificios de reciente construcción sufrieron daños en algunos casos irreparables y no existe autoridad que hasta la fecha pueda responder. Dejando a mucha gente sin su patrimonio que les costó años de vida poder conseguir.

Segundo; pareciera que todo el conocimiento adquirido antes mencionado, se dejase de lado para abrir paso a profesionistas sin interés o con nula conciencia por dar lugares confortables y se opte sólo por obtener ganancias a costa de otros, pareciera que todo lo anteriormente enseñado no importase, o que las mismas empresas que contratan a los colegas buscan que se “ahorre” obligando a sus profesionistas a pasar por alto estas cuestiones y no se genere un buen producto para el cliente, además, se demerita la profesión por esta y otras circunstancias que incluso tienen que ver con los salarios y condiciones laborales de algunos. Otro factor que incluso hoy en día aún sucede, es la poca difusión que existe o se tiene la idea que contratar a un arquitecto “sale caro” o es “sólo para gente rica” y no es así, recurriendo muchas veces por este tipo de etiquetas con otro tipo de personas de la construcción más “baratas” al bolsillo del cliente y que en muchas ocasiones no les beneficia y terminan pagando caro este tipo de trabajos.

Puedo terminar diciendo que en el momento que la academia, empresas y autoridades responsables en la construcción, trabajen de la mano para que haya mejores condiciones para el gremio de la construcción y los relacionados a estos; se generarán mejores propuestas de viviendas, equipamientos y por qué no decirlo hasta de ciudades, todos saldrán ganando de mejor manera y la población que a final de cuentas somos todos, nos veremos beneficiados. 


Acerca del autor: Eder Luna es arquitecto, egresado de la UAM – Xochimilco.