By Diego Lavalle

Correo: diegolavalle@politicaladvisorsapc.com


La transición de ser simpatizante de un partido político a ser militante de él, puede ocurrir por diversos motivos; una simple petición para solidarizarse con una amistad, por herencia familiar, pues hay familias que militan y representan a un partido por décadas como si se tratase de su kekkei genkai. También la decisión puede ocurrir de manera circunstancial, al haber asistido a una conferencia universitaria o algún mitin y en ocasiones ocurre de manera más natural, orgánica, pues este albedrío quizá deriva de una oportunidad clara para participar, ya que en el ejercicio de los derechos político-electorales hay que llevar algún color que apuntale un proyecto de acuerdo a nuestra idiosincrasia. La militancia entonces, obedece a una serie de factores donde la priorización debería ser seguir una línea de valores y trabajo.

Una vez siendo militante, el discurso se moldea según lo que convenga y con ello se argumenta, convence o hasta presume sobre una superioridad en ideas o proyectos, por ejemplo: presumir haber construido este país, tener un gran número de reformas aprobadas, exitosas administraciones por funcionarios emanados de su partido, políticas públicas implementadas que a nadie más se le hubieran ocurrido, representar a la verdadera izquierda de México, etc. Incluso quienes solo son comparsa se atreven a decir que promueven un proyecto fresco y disruptivo.

El estigma sobre el cambio de militancia ya no es igual, y aunque este es un hecho que opera desde la circunstancia y la conveniencia, ya no repercute completamente en el candidato, debido a que el electorado se ha curado de espanto (un poco) al ser cada vez más común observar a algún excandidato o excandidata en un nuevo proceso, pero con otras siglas y colores en su campaña.

Antes, cambiar de partido era un acto señalado como traición magnánima, ahora se visualiza como natural por factores como la creación de nuevos partidos y ver en la publicidad y pancartas ‘’rostros conocidos’’ ¡OJO! esto no quiere decir que quienes participan en cada elección con un color distinto, no pierdan seriedad y credibilidad en su propuesta, en su proyecto y hasta en su persona.

¿Por qué es importante hablar de los cambios de partido político? Porque debería preocupar y ocupar a los consejeros honorarios de cada partido, los que siguen firmes en su postura partidaria, aquellos que auténticamente son parte de la nomenclatura, esto para evitar fuga de buenos elementos, que pueden ser importantes en elecciones, partiendo desde su carisma para atraer a nuevo electorado, por conocimientos en política o bien por su reputación en cargos ocupados.

Esta situación se da por dirigencias que crean división al interior propiciando el desánimo de los militantes activos de cada proceso y por consecuencia la migración de este capital humano a otros proyectos, debilitando la estructura y su movilización voluntaria. Todo esto se balancea a lo negativo cuando el partido al que se cambia tiene un portentoso capital político y económico, por consecuencia, además de la tensión interna, se refleja una coacción del voto, acción que desencadena un beneficio al partido oficialista.

La apertura y el relevo generacional es algo fundamental que debe aceptarse de la mejor manera no solo en la altura de miras, sino también en la visión a futuro.


Con tu apoyo podremos crear más y mejor contenido ¡Ayúdanos a seguir creciendo!


Acerca de autor: Diego Lavalle es politólogo egresado del Centro Latinoamericano de Estudios Superiores.