By Fernando Zúñiga

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Dieciséis de mayo, vi en las redes sociales que los boletos para Turandot con la Compañía Nacional de Ópera estaban por agotarse, al principio lo dudé, porque es bien sabido que en México el público para la “música culta” y las artes escénicas es más bien reducido. Me apresuré a hacer mi compra, era increíble que con más de un mes anticipación, apenas lograba conseguir buen lugar.

Veinticinco de junio, al llegar al Palacio de Bellas Artes, pude constatar lo que ya era evidente en las redes sociales: había una auténtica euforia, mucha gente se quedó sin entrada y desesperada buscaba conseguir una a último momento a la voz de ¿no le sobra un boleto?

Fue muy emocionante entrar al Teatro del Palacio de Bellas Artes y ver el lleno total, con muchas caras del público de siempre, melómanos, conocedores y gente del medio artístico y cultural, entre los que pude reconocer a Gerardo Kleinburg, Fernando de la Mora y Ramón Vargas, pero lo que más me emocionó fue ver mucha gente joven, público nuevo y escuchar que para algunos de ellos era su “primera vez”.

Lo que sucedió después de levantarse las veintidós toneladas del célebre telón de cristal del Teatro de Bellas Artes, fue magia pura, la orquesta, el maravilloso coro (protagonista indiscutible de la sonoridad inefable de la última música que escribió Puccini), los cantantes, los bailarines, la producción escénica, todos ellos elementos que solo unidos logran el encantamiento que es la ópera. El público suspira, goza, incluso ríe, llora, esta mezcla de emociones es la que obliga a repetir. Al final es imposible no escuchar al público joven comentar sobre la experiencia, seguro van a regresar. Tras bambalinas, un montón de personas que aportan en mayor o menor medida, su trabajo, su granito de arena, las más de las veces sin mayor reconocimiento, que su salario, pero todas ellas coadyuvando para hacer posible la magia.

La Compañía Nacional de Ópera, como muchos otros organismos, dependencias del INBAL e instituciones culturales, han sufrido tremendos recortes presupuestales en el último sexenio, producto de una política cultural incoherente e inconsistente, que a pesar de que en su Programa Sectorial de Cultura tiene entre sus objetivos prioritarios el “Reducir la desigualdad en el ejercicio de los derechos culturales de personas y comunidades…” y “Garantizar progresivamente el acceso a los bienes y servicios culturales a las personas, a través del incremento y diversificación de la
oferta cultural en el territorio…” sigue ponderando la centralización, tanto de la ya de por sí reducida oferta cultural, como de los recursos financieros favoreciendo de forma desigual a proyectos como el del Complejo Cultural Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México.

En este contexto en Noviembre de dos mil veintitrés la afamada soprano María Katzarava asumió la Dirección artística de la Compañía Nacional de Ópera, dando continuidad a su larga y exitosa trayectoria, no solo artística, sino también a su incansable labor de apoyo hacia las nuevas generaciones de cantantes, la cual le llevó a crear Studio Katzarava, Katzarava’s Voice Festival, a otorgar becas en favor de estudiantes de artes y a dirigir el Estudio de la Ópera de Bellas Artes puesto en el que demostró tener un compromiso absoluto con sus integrantes, apoyándolos en su desarrollo profesional así como en su proyección nacional e internacional; ya como Directora Artística de la Compañía Nacional de Ópera ha realizado una serie de audiciones a lo largo y ancho del país a fin de descubrir y apoyar al talento en otros Estados, y ha favorecido la realización de eventos fuera del Palacio de Bellas Artes, generando nuevas audiencias.

María es una mujer poderosa con una indiscutible pasión por la ópera, uno de esos difícilmente repetibles aciertos en la gestión cultural nacional, que no pone pretextos al momento de hacer su trabajo, que no se excusa ante las carencias consabidas en nuestros organismos artísticos y culturales, y que por el contrario busca entre de sus propios recursos, de forma creativa, la solución a los múltiples problemas que conlleva dirigir un monstruo de mil cabezas como lo es la Compañía Nacional de Ópera.

En nuestra realidad política, social, y cultural donde ya es “normal” ver más corrupción y fallas que aciertos, la gestión de María Katzarava, ilumina el futuro, siempre sombrío, de la ópera mexicana, esta producción de Turandot ha sido una muestra de ello, no necesitó de cantantes consagrados internacionalmente ni de fastuosos escenarios y vestuarios como los del Metropolitan Opera House, en esta producción el peso dramático recae en los cantantes, bailarines, en la orquesta, fuimos testigos del debut de varios cantantes, entre ellos el de Marcela Robles León, poseedora de una voz impresionante que en algún momento llegó a opacar el fortissimo del coro y orquesta, todo lo anterior respaldado por una puesta en escena elegante, discreta y hermosa que permite el lucimiento del lenguaje musical de Puccini.

Ojalá en otros ámbitos, como en el deporte o el turismo, pudiéramos ver más gente profesional y comprometida como María Katzarava, que saben hacer más con menos, mientras tanto hay que estar muy pendientes de lo que viene con la Compañía Nacional de Ópera.


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Acerca del autor: Fernado Zúñiga se ha desarrollado en ambientes que abarcan las artes y la promoción cultural, la informática, las TIC’s, la gastronomía, todo lo anterior aunado a su formación profesional en la gestión de negocios.