Correo: sanchezhector@politicaladvisorsapc.com
“Si escuchas o lees los discursos de personas instruidas que viven de la abundancia y en el lujo verás que todos reconocen la igualdad entre [las personas] [1] y se indignan contra cualquier tipo de coacción, opresión o violación de la libertad de las clases trabajadoras. Pero si te asomas a su vida, verás que que no sólo todos viven de esa opresión, coacción y violación de la libertad de las clases trabajadoras, sino que, siempre que pueden, se rebelan contra los intentos de las clases trabajadoras de salir de esa situación de opresión, falta de libertad y coacción.” [2]
Recientemente hemos vivido unos de los momentos más importantes e históricos de la vida política y social de nuestro país, pues no solamente se han celebrado los comicios más grandes de nuestra joven democracia mexicana hasta ahora, sino que a la par de ello y a raíz de haber ejercido nuestro pleno derecho de voto libre y secreto nuestro país por primera vez en sus doscientos años de vida independiente será gobernado por una mujer: Claudia Sheinbaum Pardo. La candidata del partido oficialista ha sido la elegida para continuar con el proyecto de nación de la llamada Cuarta Transformación y dirigir a México durante los próximos seis años a partir de este 1 de octubre de 2024. Sin más, un acontecimiento que quedará escrito con tinta indeleble en la historia de México, del continente americano y de las democracias contemporáneas. Me permito pecar de optimista al pensar y mencionar que hasta aquí todas y todos estamos de acuerdo y celebramos el paso enorme que nuestra joven democracia ha dado al haber elegido a nuestra primera presidenta; un parteaguas en cuanto a representación popular y una victoria más del feminismo de cara a una sociedad realmente igualitaria no sólo en lo electoral, sino también en lo económico, político y social.
Por otro lado, después de darse a conocer que el oficialismo había refrendado –e incluso fortalecido– su poder tras la victoria electoral del pasado 2 de junio de 2024, las reacciones de todos los frentes no se hicieron esperar. De esta forma las personas de a pie que tienen acceso a las redes sociales mostraron su rechazo o aprobación por los resultados electorales, expresando en posts sus fundamentadas opiniones siempre válidas en una democracia como lo es la mexicana, pero también lo hicieron algunas y algunos periodistas e intelectuales tecnócratas mediante su anacrónica pluma y ante el oxidado micrófono de los medios masivos de comunicación, y es justamente el caso de este último grupo en el cual quiero poner la lupa. Entre tantos mensajes tendenciosos y prejuiciosos bajo una falsa bandera democrática y de crítica imparcial hubo uno que sobresalió por encima de los demás, autoría de una politóloga y periodista mexicana de renombre, por lo cual no merece que mencione su nombre en el presente texto. Entre otras cosas mostraba su aparente indignación y decepción por la victoria de la coalición Morena-PVEM-PT en la presidencia y por los escaños pronosticados para la siguiente legislatura favorables al oficialismo. Todo bien hasta aquí, después de todo es su opinión y postura política, respetables como todas. No obstante, a continuación no dudó en deslegitimar el ejercicio democrático de millones de personas expresando que estas, al haber dado su voto al partido en el poder habían decidido volver a ponerse las cadenas que ella junto a otro grupo de revolucionarios de pupitre se habían encargado de quitarles en las últimas décadas del siglo pasado, haciendo plena alusión a las 35 millones de personas que votaron a favor de Morena y sus coaligados.
Es entendible la molestia y decepción por parte de la ciudadanía que no simpatiza con el proyecto de nación de la llamada Cuarta Transformación al saber que continuará en manos de Claudia Sheinbaum y de un congreso en su mayoría guinda. Ciudadanas y ciudadanos de a pie y figuras públicas tienen todo el derecho de expresar sus opiniones, en tanto estas no atenten de alguna forma contra el ejercicio democrático. Sin embargo, el mensaje de la politóloga y periodista desnuda un discurso implícito en cada una de sus palabras, y aunque intente mantener esa fachada de intelectual crítica e imparcial lo cierto es que su posición política la tiene muy sesgada al grado de deslegitimar y desprestigiar no la victoria del partido en el poder –del cual claramente no es adepta– sino de deslegitimar y desprestigiar el ejercicio democrático de una mayoría de 35 millones de personas. ¿Qué cadenas le quitó a la ciudadanía mexicana? ¿A qué se refiere cuando habla de que volvimos a ponernos esas cadenas? Esa retórica que las élites políticas e intelectuales de oposición predican refiriendo a que el pasado 2 de junio de 2024 la democracia se terminó por la derrota de una caduca y minúscula oposición es bastante contradictoria a sabiendas de que precisamente esa derrota político-electoral es el resultado de un ejercicio democrático. Tal vez piensan que la democracia solamente existe cuando sus intereses particulares en lo político-económico han quedado satisfechos, o quizás piensan que el ejercicio de emitir el sufragio como ciudadanas y ciudadanos de a pie no vale lo mismo que el suyo.
Vale la pena realizar una pequeña pausa y poner sobre la mesa lo siguiente. En la obra orwelliana titulada Rebelión en la Granja,[3] crítica evidente del socialismo real soviético del siglo XX, hallamos una de las mejores descripciones del totalitarismo e intolerancia. El partido comunista y esa cúpula política que alguna vez juró hacer la revolución bajo la bandera marxista del comunismo terminó por traicionar dichos principios y se entregaron a sus más viles intereses personales, olvidándose de aquella igualdad predicada en la revolución. Estos comunistas burócratas son representados en forma de cerdos en la granja literaria de Orwell. Dichos cerdos (en un principio los bolcheviques rusos) se cansaron del maltrato que los humanos (el zarismo ruso) ejercían, por lo que tras organizarse con los demás animales (las clases campesinas) logran terminar con los humanos y hacerse del control de la granja (el poder político). “Todos los animales son iguales», se exhibía en la entrada de la granja tras consumarse la rebelión en la granja. Sin embargo, tal y como los integrantes del politburó marcaron su distancia con los ciudadanos de a pie una vez probaran las mieles del poder, los cerdos tomaron distancia de los demás animales en la granja. Ahora se leía lo siguiente: “todos los animales son iguales, pero hay algunos más iguales que otros.”
Durante más de seis años hemos sido bombardeados con una retórica elitista que se ha movido en dos momentos claramente opuestos a conveniencia. En un primer momento, antes de las históricas elecciones del 2018 se nos hacía un llamado masivo para no votar por el llamado socialismo del lopezobradorismo, el cual muchos seguimos esperando, con el discurso de que no debíamos caer en fanatismos políticos y en la retórica polarizante de un hombre que solo quería dividir al país –algo por demás irónico para estas personas con memoria selectiva–. En ese entonces el todavía bipartidismo en el poder era el más humano y paternal con el electorado a sabiendas de que las encuestas claramente anunciaban una derrota inminente para esta santa jauría. Sin embargo, en un segundo momento, justo cuando Morena llegó a la silla presidencial respaldado por un gobierno unificado por primera vez en 21 años, el discurso cambió y las élites empresariales, políticas e intelectuales ahora de oposición comenzaron a demeritar y deslegitimar los resultados electorales, pues el triunfo de Morena y sus coaligados, en sus palabras, se debía a que las y los ciudadanos de a pie habíamos elegido mal, que no habíamos analizado bien la realidad político-social como ellos sí, y por ende, esos 30 millones de ciudadanas y ciudadanos elegimos mal. Todas y todos somos iguales, pero hay algunos más iguales que otros, ¿no es así? Parece que para estos rancios grupos de poder el ejercicio del sufragio está dividido en dos grandes clases: los que saben votar y los que no sabemos votar. ¿Con qué fundamento democrático nos dicen esto? ¿Todas y todos gozamos de los mismos derechos políticos siempre y cuando los beneficiados sean los de siempre? ¿Sólo hay verdadera democracia cuando el grupo al que se es afín termina en el poder y cuando esto no ocurre se ha terminado la democracia? Es el mismo discurso de un López Obrador en su forma de oposición y ya en la silla presidencial.
El filósofo René Descartes tiene una célebre premisa en su Discurso del Método[4] que busca precisamente legitimar algo que desde el ya sentido común es claramente palpable: “El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen […] por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas”.[5]
Hemos visto que el mensaje político obtenido del resultado contundente de la celebración de estos últimos comicios también nos ha dejado –y reafirmado lo que ya se había señalado– algunas aristas importantes que no deben pasarse por alto, pues de lo contrario estaríamos consintiendo por omisión los comentarios prejuiciosos amenazantes de un grupo de revolucionarios de escritorio que han tenido el atrevimiento de erigirse como portavoces del clamor popular e incluso el descaro de autonombrarse libertadores del pueblo mexicano. Al voltear hacia otro lado y desestimar sus reacciones estaríamos formando un lazo de complicidad con el discurso que esta élite intelectual se ha obstinado en vender como verdad absoluta durante más de seis años. La sátira y las críticas burlescas que han realizado algunas y algunos colegas tocante a este tema no son suficientes para prevenir el germen antidemocrático y la constante intolerancia parasitaria que abundan no solo en un buen puñado de personas de a pie con falsa conciencia de clase, sino que también se encuentran en las personas que tienen acceso a una pluma con editorial y a los micrófonos y cámaras del ya desgastado pero aún vigente cuarto poder. De esto se desprende la urgencia por señalar este discurso y combatirlo desde el frente en el cual estemos.
Es cierto que estas elecciones han sido las más grandes de la historia, pero también es cierto que el oficialismo se encargó de marcar la agenda política que nos ha conducido hasta el presente escenario político, después de todo es lo que todo gobierno procura hacer: continuar con el proyecto político y heredarlo en este caso a una de sus esenciales. Es cierto también que el presidente López Obrador se ha encargado de demeritar, deslegitimar e insultar todo lo que sea ajeno a su discurso, con sus contantes ataques y señalamientos desde su atril matutino, pero la oposición minúscula que tenemos no hizo algo mejor que tratar de seguirle el juego politiquero en lugar de proponer una verdadera alternativa. Finalmente, otra verdad que ha arrojado este suceso sin precedentes es que aquellas y aquellos intelectuales de escritorio; las y los sociólogos, politólogos, economistas, filósofos y periodistas que se sienten parte de la sociedad cuando hay que recibir beneficios, pero al mismo tiempo se exhiben fuera de la sociedad cuando a sus ojos la ciudadanía les ha quedado a deber es una clara muestra de que la intelectualidad mexicana no es más que un grupo de prácticas y pensamientos sectarios con un discurso homogéneo y repetitivo, totalmente carentes de crítica y lejos de representar un contrapeso.
Se debe terminar con la falsa premisa de que las y los intelectuales son en su totalidad inmunes a prejuicios y sesgos, los cuales son propios de su socialización como ciudadanas y ciudadanos en un lugar, contexto y momento específicos. Todas y todos tenemos una postura política y a veces una marcada ideología en alguno de los extremos del espectro político, y eso no está mal. Lo que está mal es tratar de deambular con la fachada de imparcialidad y objetividad cuando lo que se hace es un claro atentado discursivo contra el ejercicio del sufragio, el cual es el resultado de una lucha constante, pues en su carácter de perfectibilidad, la democracia puede avanzar a niveles históricamente óptimos, pero también puede retroceder de forma estrepitosa si es que algunas y algunos quieren adueñarse de la libertad. En este ejercicio democrático todas y todos somos iguales, no hay más iguales que otros.
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[1] Palabras entre corchetes puestas por el escritor del presente texto sustituyendo la palabra “hombres”. Tolstói fue un grandísimo escritor que debido a su contexto histórico pensaba a mujeres y hombres en un solo conjunto como “hombres”. Por ello el atrevimiento de modificar esta parte de su aseveración para nutrirla aún más y fortalecer su mensaje crístico al hipócrita discurso de la desigualdad entre algunas mujeres y hombres y otras mujeres y hombres.
[2] Tolstói, L. (2019). Aforismos. Fondo de Cultura Económica. Página 104.
[3] Orwell, G. (2022). Rebelión en la granja. Edaf.
[4] Flores, C. (2011) Descartes. Estudio introductorio de Cirilo Flórez Miguel. Gredos.
[5] Ibídem, página 101.
Referencias
Flores, C. (2011) Descartes. Estudio introductorio de Cirilo Flórez Miguel. Gredos.
Orwell, G. (2022). Rebelión en la granja. Edaf.
Tolstói, L. (2019). Aforismos. Fondo de Cultura Económica.
Acerca del autor: Héctor Sánchez es estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública y Sociología.