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Mario Molina fue un hombre de ciencia, ya que la estudió, la analizó y la profundizó toda su relativamente larga vida, que se extinguió el 7 de octubre de 2020 a los 77 años de edad. José Mario Molina Pasquel Henríquez nació en la Ciudad de México (antes Distrito Federal), el 19 de marzo de 1943, en medio de la Segunda Guerra Mundial (SGM), durante el ultimo gobierno militar de México, el del General Manuel Ávila Camacho (1940-1946), que fue el de consolidación del presidencialismo dentro del Sistema Político Mexicano.
Su familia era de clase acomodada o alta, ya que su padre fue embajador de México en Etiopía, Australia y Filipinas. Mario Molina egresó de la carrera de ingeniería química por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en 1965, cuando contaba con 22 años de edad, posteriormente, viajó a Friburgo, en Alemania, donde cursó estudios de posgrado, para continuar en 1968 en el programa de doctorado en fisicoquímica de la Universidad de Berkeley, California, en Estados Unidos.
Molina se incorporó al grupo de investigación del profesor George C. Pimentel (1922-1989). Obtuvo el doctorado en 1972 y permaneció un año más en Berkeley, antes de convertirse, en 1973 en investigador asociado en la Universidad de California, Irvine, junto con el Profesor Frank Sherwood Rowland (1927-2012). Mario Molina fue nombrado miembro del profesorado de Irvine en 1975, y fue líder de sus propias investigaciones a partir de entonces. Después de siete años en Irvine, en 1982 decidió explorar la vida profesional extraacadémica y se unió al Jet Propulsion Laboratory, en el grupo de física y química molecular.
Volvió a la academia en 1989, al incorporarse al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés, que significan Massachusetts Institute of Technology) como profesor, y adquirió la ciudadanía estadounidense. Desde 2005 hasta su muerte fue profesor de la Universidad de California en San Diego. Ingresó a El Colegio Nacional el 24 de abril de 2003. El Colegio Nacional fue fundado en México por decreto del presidente Manuel Ávila Camacho en 1943, como una institución que agruparía a los científicos, artistas y literatos mexicanos más destacados, con el propósito de preservar y dar a conocer lo más importante de las ciencias, artes y humanidades que México puede ofrecer al mundo. Su lema es: «Libertad por el saber».
Su trayectoria de trabajo y su perseverancia en pro de su preocupación por un problema que afecta a todo el planeta lo hizo acreedor, el 11 de octubre de 1995, junto con Sherwood Rowland, al Premio Nobel de Química, por ser los pioneros en establecer la relación entre el agujero de ozono y los compuestos de cloro y de bromuro en la estratosfera. El galardón también se concedió al holandés Paul Jozef Crutzen (1933- ), del Instituto Max-Planck de Química de Mainz (Al), quien halló en 1970 que los gases contaminantes tienen un efecto destructor en esa capa, sin descomponerse. El 4 de diciembre de 1995, Molina, Rowland y Crutzen fueron premiados además por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) por su contribución a la protección de la capa de ozono.
Con ese galardón, Molina se convirtió en el tercer mexicano en la historia en obtenerlo, después de Alfonso García Robles (1911-1991), quien fue honrado en 1982 con el premio Nobel de la Paz, junto con la sueca Alva Reimer Myrdal (1902-1986). El segundo receptor de este prestigioso reconocimiento fue el escritor Octavio Paz (1914-1998), quien lo obtuvo en 1990 en literatura. En el año 2000, después de haber formado parte del Consejo de Asesores Científicos del presidente de Estados Unidos, William Jefferson Clinton, ingreso a la Pontificia Academia de las Ciencias, siendo hasta el momento el único mexicano que ha entrado como integrante vitalicio.
La Pontificia Academia de las Ciencias (italiano: Pontificia accademia delle scienze, latín: Pontificia Academia Scientiarum) es una academia científica de la Ciudad del Vaticano, establecida en 1936 por el papa Pío XI. Fue establecida para promover el progreso de las ciencias físicas, naturales y matemáticas y el estudio de los problemas epistemológicos relativos a ellas. Su sede actual se halla en la Casina Pío IV en medio de los Jardines Vaticanos. La academia mantiene una membresía de destacados científicos del siglo XX, incluyendo varios premios Nobel como Ernest Rutherford, Max Planck, Otto Hahn, Niels Bohr, Erwin Schrödinger y Charles Hard Townes.
Molina posee también los premios Tyler (1983) y Essekeb (1987) que concede la American Chemical Society, el Newcomb-Cleveland de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia (1987) por un artículo publicado en la revista Science que explicaba sus trabajos sobre la química del agujero de ozono en la Antártida y la medalla de la National Aeronautics and Space Administration (NASA) (1989) en reconocimiento a sus logros científicos.
Mario Molina señaló que cuando eligió el proyecto de investigar el destino de los Cloro Fluoro Carbonos (CFC) en la atmósfera, lo hizo simplemente por curiosidad científica. No consideró las consecuencias que conllevarían sus estudios, pero cuando se dio cuenta de la envergadura de su descubrimiento se sintió sobrecogido, porque su aporte no sólo ha contribuido a la comprensión de la química atmosférica, sino que además ha supuesto un profundo impacto en la conciencia ecológica de todo el mundo. Fue un activista en política de la ciencia.
Fue elegido asesor del equipo de transición de Barack Obama para cuestiones del medio ambiente en noviembre del 2008. Desde abril de 2011 fue uno de los 21 científicos miembros del Consejo de Asesores de Ciencia y Tecnología del Presidente Barack Obama. Fue presidente de honor de la Asociación de Mares de México, constituida en el año 2009 y dedicada a la conservación de los mares. Presidió el Centro Mario Molina para Estudios Estratégicos sobre Energía y Medio Ambiente.
El 15 de octubre de 2015 se inauguró el Edificio Mario Molina en la Ciudad Universitaria de la UNAM, un espacio que vincula la investigación entre la Facultad de Química y la Industria. Fue construido como parte de la celebración de los 100 años de la Facultad de Química y está orientado a brindar soluciones a problemas relacionados con la protección ambiental, el uso de energía y la prevención del cambio climático.
Molina recibió además Doctorados Honoris Causa de instituciones como Universidad Nacional Autónoma de México (1996), Universidad de Yale (1997), Universidad de las Américas Puebla (2001), Universidad Autónoma Metropolitana (2002), Universidad Alfonso X el Sabio (2009), Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (2009), Universidad del Valle de México (2010), Universidad de Harvard (2012), además de Universidades estatales de México: Hidalgo (2002), México (2006), Michoacán (2009), Guadalajara (2010), San Luis Potosí (2011) y Sonora (2018).
Molina fue el primer mexicano en obtener el Premio Nobel de Química y entre 1998 y 2020 fue el único mexicano vivo con Premio Nobel, lo cual lo convirtió en un mexicano de excepción, por lo cual merece respeto y reconocimiento. Fue uno de los principales investigadores a nivel mundial de la química atmosférica, coautor, junto con F.S. Rowland en 1974, del artículo original prediciendo el adelgazamiento de la capa de ozono como consecuencia de la emisión de ciertos gases industriales, los clorofluorocarburos (CFC), por el que obtuvieron el Premio Nobel de Química.
Asimismo, sus investigaciones y publicaciones sobre el tema condujeron al Protocolo de Montreal de las Naciones Unidas, el primer tratado internacional que ha enfrentado con efectividad un problema ambiental de escala global y de origen antropogénico. Molina siempre destacó la cooperación internacional en esta materia, como ejemplo ante las negociaciones internacionales de cambio climático. Entre las investigaciones más recientes en las que participó, esta una relacionada con la propagación del covid-19 a través de los aerosoles que permanecen en la atmósfera.
Mario Molina demostró que la constancia, el esfuerzo, la tenacidad y la entrega rinden frutos, por desgracia sus logros fueron mayores en el extranjero, no en México, porque la inversión en ciencia y tecnología no ha sido fuerte y la actual administración no está planteando un proyecto del todo sólido en la materia, no obstante, la UNAM, la UAM, el IPN y otras más han incursionado en investigaciones muy destacadas en materia ambiental con la ayuda del Dr. Mario Molina, pero aún falta mucho por hacer.
Este escrito pretende ser un homenaje al hombre, al ser humano, al científico, al investigador, al agente de cambio, no solo climático, sino conductual para mejorar el medio ambiente del planeta, con esto se hace la invitación al público a que lea más, a que estudie, a que luche contra la ignorancia y se busque el desarrollo del país, partiendo de la participación de la ciencia y la tecnología, porque es el mejor camino al progreso, Mario Molina ha marcado el camino desde la química, por lo que hay que seguirlo y ampliarlo a todas las ramas del conocimiento.
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Acerca del autor: Omar Barragán Fernández es profesor-investigador de tiempo completo en la Universidad Politécnica Metropolitana de Hidalgo.
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